miércoles, 7 de agosto de 2013

tuico con cervantes

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Capítulo 
XXIX

Segunda tentativa de fuga de Cervantes.—Traición de «El Dorador».—La cueva de Argel.—Cervantes y Hazán Bajá.—En el «baño» del Rey.—Representaciones teatrales.—Manuel de Sousa Coutinho.—Tercera tentativa de fuga.—Morato Ráez Maltrapillo.—Resignación y firmeza de Cervantes

Según lo convenido, al llegar Rodrigo de Cervantes a Valencia, inmediatamente comenzó a cumplir las órdenes de su hermano Miguel, entregando las cartas de don Antonio de Toledo y de Francisco de Valencia a los virreyes de aquella ciudad y de Mallorca e Ibiza. Así, pues, lejos de partir para su casa como los demás rescatados, dedicóse a poner en orden y enviar desde una de estas localidades la fragata armada que había de recoger en Argel los cautivos ocultos en la cueva. Las cartas surtieron el efecto apetecido, y la ayuda de los virreyes fué eficaz, por cuanto hallóse fragata pronta, práctico en la mar y costa de Berbería que la gobernase y marineros que se arriesgaran a la empresa. 
Si la fragata se dispuso en Valencia o en Mallorca ignorase; pero parece haber sido en este último lugar, a tenor de lo mencionado por Haedo, de que los cautivos se concertaron con un mallorquín, llamado Viana, «como de Mallorca viniese un bergantín o fragata y los embarcase una noche y llevase a Mallorca o España» (1). Ya indicamos que yerra Haedo al escribir que el tal Viana iba entonces rescatado de Argel, pues no figura -[552]-en la lista de los redimidos (1). De donde es lógico inferir que a Viana le buscaría Rodrigo de Cervantes, o su persona le sería sugerida por los citados virreyes, o bien por los muchos rescatados de Valencia, Mallorca e Ibiza que con él regresaron del cautiverio. 
Como quiera que fuese; Cervantes convino con su hermano una fecha precisa de fines de Septiembre y un sitio determinado, en que la fragata, a cierta hora de la noche, había de tocar en la costa de Argel, a poca distancia de la gruta. Equipóse la embarcación con la mayor celeridad y presteza, e hízose a la mar. 
Haedo, que, como ya dijimos, calla en todo la intervención de Rodrigo de Cervantes, escribe que Viana, «llegado que fué a Mallorca, en pocos días, como hombre diligente y de su palabra, luego que llegó (según yo lo supe, después, de tres cristianos que con él vinieron), comenzó a juntar otros compañeros marineros, hombres pláticos, y muy en breve, con el favor del señor virrey de Mallorca (para quien había llevado cartas de aquellos cristianos y caballeros), en pocos días puso a punto el bergantín, y, como tenía concertado, a los últimos, de Septiembre salió de Mallorca y tomó su camino para Argel, do llegado a los veinte y ocho del mismo mes, y conforme a como estaba acordado, y siendo media noche, se acostó a tierra en aquella parte do la cueva y cristianos estaba (que él antes que partiese había muy bien visto), con intención de saltar a tierra y avisar los cristianos que era llegado, para que viniesen a embarcarse» (2)
Oigamos ahora al propio Cervantes lo que él hizo entretanto: «Ocho días antes del término en que la fragata había de venir, el dicho Miguel de Cervantes se fué a encerrar en la cueva con los demás» (3). Y volvamos a Haedo: «A este tiempo casi todos los quince cristianos (4) estaban recogidos en una cueva, que estaba hecha y muy secreta en el jardín del alcaide Asán, renegado griego, que está hacia Levante, como tres millas de Argel y no muy lejos de la mar, porque era lugar muy cómodo y a propósito de su intento, para mejor y más seguramente estar escondidas y poderse embarcar. Sólo dos cristianos lo sabían, uno de los cuales era el jardinero del jardín, que hiciera mucho antes la cueva; el cual estaba siempre en vela mirando si alguno venía, y el otro era uno (convidado también para ir en el bergantín) que naciera y se criara en la villa de Melilla..., el cual, habiendo renegado siendo mozo, después volvió a ser cristiano, y ahora la segunda vez había sido cautivado, el cual por sobrenombre se -[553]- decía «el Dorador», y éste particularmente tenía cuidado (de dineros que le daban) de comprar todo lo necesario para los que en la cueva estaban y de llevarlo al jardín disimulada y ocultamente» (1)
¿Quién suministraba estos dineros al «Dorador»? Cervantes, según él mismo confiesa; y a Cervantes, otras personas, cuyos nombres permanecen ignorados. Miguel, pobre y sin recursos, porque su patrón «no le daba de comer ni vestir en todo el tiempo que fué cautivo» (2), supo industriárselas para vivir él y para que viviesen (con diferentes ayudas que buscó) los encerrados en la cueva. Por testimonio de dos camaradas de cautiverio, Rodrigo de Chaves y Francisco de Aguilar, sabemos que tomó prestados más de mil reales a mercaderes cristianos y personas que iban a Argel (3). Y con todo, se comprende con dificultad que pudiese dirigir, sin caer en sospecha, aquella república subterránea desde la casa de su amo. Indudablemente, eran excepcionales los recursos de su ingenio y sagacidad. Ellos le sugirieron el apartado escondite, con ellos logró interesar en la empresa (anhelantes de su liberación) al jardinero y al melillense; por ellos manteníase sin desmayos la fe y la esperanza de los catorce guarecidos. En tanto el jardinero vigilaba y «el Dorador» compraba víveres y ocultamente los conducía a donde nadie osaba salir sino entre las sombras de la noche,Cervantes, jugándose la vida, burlaba la vigilancia de sus carceleros, recorría Argel, pedía, agenciaba, intrigaba, procuraba para sus amigos de la cueva. Hubiera robado, incluso. 
Una circunstancia vino a favorecer sus planes. Su patrón Dalí Mamí, capitán entonces de la mar, como se ha dicho, salió de Argel, a negocios que se ignoran, hacia fines de Agosto, llevando en el viaje a su esclavo Juan de Valcázar (4). Esta ausencia moderó sin duda los rigores del encierro deMiguel y le permitió moverse con alguna libertad, por descuido o anuencia de los encargados de vigilarle. Así se explica lo que dice el doctor Sosa «cuando enviaba a la cueva los cristianos, me avisaba luego de todo y daba parte de su cuidado y diligencias que hacía, y cómo los proveía y enviaba ver y proveer y visitar, importunándome muchas veces que yo también me encerrase con los demás en la dicha cueva; y el día que sé fué él [a] encerrar en ella, se vino [a] despedir de mí, y es muy grande verdad que se puso a manifiesto peligro de una muy cruel muerte, cual estos turcos suelen dar a los que hallan en semejantes tratos y negocios» (5).
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Argel.—La cueva de MIGUEL DE CERVANTES.
Argel.—La cueva de Miguel de Cervantes.
-[555]- En efecto, reunidos ya por Cervantes los cristianos que había de libertar y viendo que se acercaba el plazo de la llegada de la embarcación, ocho días antes huyó de la casa de su amo y fué a refugiarse en la cueva el 20 de Septiembre. Lo hizo no sin aprovecharse de otra circunstancia propicia. Seguramente contó con ella. En el puerto veníase trabajando febrilmente para salir en corso, y, al fin, el día anterior habían partido juntos rumbo a Levante, hacia Córcega, Sicilia y Nápoles, nueve de los principales corsarios, con sus galeras y galeotas (1). El desembarazo del puerto, más la ausencia de Dalí Mamí, favorecían la aproximación de la fragata y ayudaban la evasión de los escondidos. Argel quedó el 19 libre de muchos soldados, piratas y bajeles. Cervantes, pues, creyó llegado el momento, y dirigióse a la casa del alcaide Mahamet, judío, donde cautivaba el doctor Sosa, a despedirse de éste y exhortarle, una vez más, a refugiarse, ahora con él, en la cueva y esperar la fragata. El cual lo confirma diciendo: «Yo fuí uno de los con que Miguel de Cervantes comunicó muchas veces y en mucho secreto el dicho negocio y que para el mismo fui muchas veces del convidado y exhortado, y no se hizo cosa en el tal negocio que particularmente no se me diese dello parte; y cierto que se debe mucho al dicho Miguel de Cervantes, porque lo trató con mucha cristiandad, prudencia y diligencia, y merece se le haga toda merced» (2). Pero el infeliz sacerdote, a consecuencia de su continuo encerramiento en una casa obscura y húmeda, siempre casi desnudo, hambriento, cargado de traviesas, atado a una piedra, soterrado en una mazmorra hedionda, veinte palmos de profunda, nueve de ancha y once de larga, rodeada por tres partes de una cisterna y sin más luz que la de un agujero de palmo y medio (3), el infeliz sacerdote, digo, hallábase muy lleno de dolores y maltrecho para arrostrar tan peligrosa empresa. No quiso comprometer con su torpeza de movimientos el éxito de la evasión, y Cervantes, tras despedirse contristado de él, partió a guarecerse solo. 
Vamos haciendo narración atenidos exclusivamente a la documentación fidedigna, autobiográfica y testifical, consagrada hasta con el sello de la fe pública, y empleando a menudo los mismos términos, a fin de que -[556]- hechos tan célebres, delicados por su misma naturaleza, no los empañe la fantasía y se confundan con los fabulosos, a que tanto se asemejan por lo extraordinarios. 
Puede imaginarse el efecto producido por la presencia del joven y valeroso Miguel cuando, llegadas las sombras de la noche, ganada la puerta de Babazón y la campiña de Argel, penetró secretamente en el jardín de Hasán y hallóse ante los catorce refugiados en la cueva. Sólo sabemos que eran, según Cervantes, «de los principales que entonces había en Argel cativos»; al decir de Haedo, «muchos dellos caballeros», y el alférez Diego Castellano añade que, además de principales y caballeros, contábanse «letrados y sacerdotes» (1). Como varios llevaban tanto tiempo ocultos y la cueva «era muy húmeda y obscura, de la cual todo el día no salían», hallábanse enfermos algunos; pero «se consolaban con la esperanza de salir con su intento» (2)
La presencia de Miguel, próvido, agenciador, semidivino, redobló el ánimo e infundió nuevo corazón en aquel puñado de hombres astrosos, macilentos, enfermos y tristes. Pues él también se encerraba, era señal segura de que no tardaría en arribar la nave liberadora. Él debió de prometerlo así, y en los ocho días que siguieron a su llegada, irían en creciente la ansiedad, las angustias y las zozobras, avizores los ojos y atentos los oídos durante la noche al aviso del jardinero, que atalayaba el mar o rondaba junto a la orilla. 
Con espanto de todos pasó el tiempo previsto (la noche del 28) y no tuvieron la menor noticia de la fragata. Llegó el día 29, cumpleaños deMiguel, y para colmo de males, parece que tampoco apareció con las provisiones «el Dorador». ¿Qué había sucedido? Oigamos a Cervantes: «La dicha fragata vino conforme a la orden quel dicho Miguel de Cervantes había dado, y en el tiempo que había señalado; y habiendo llegado una noche al mismo puesto, por faltar el ánimo a los marineros y no querer saltar en tierra a dar aviso a los que estaban escondidos, no se efectuó la huída» (3). Adviértese algún ceño en estas palabras, como atribuyendo cobardía a los marineros; mas algunos testigos de la Información de Argel, que deponen a petición del propio Cervantes, y el P. Haedo, explican el sucedido con variedades o alteraciones que modifican aquella conducta. Alonso Aragonés dice que «la fragata vino dos veces, y a la segunda se perdió (4); y este testigo ha hablado con los mismos cristianos que en ella venían, los cuales le dijeron como habían venido por el dicho -[557]- Miguel de Cervantes y sus compañeros» (1). Cristóbal de Villalón manifiesta que el no efectuarse la huída obedeció a que, viniendo la fragata a tierra, «descubrió una barca de pescadores, la cual tuvieron por otra cosa de más peligro, y se retiró, donde no hubo efeto lo susodicho, y esto fué muy divulgado por Argel» (2). El doctor Sosa confirma que el suceso tuvo notoriedad, y agrega: «Yo mismo hablé después y lo supe de marineros que con la misma fragata vinieron, que captivaron después, y me contaron por extenso como vinieron dos veces y la causa de su temor, y como por poco no se efectuó una cosa de tanta honra y servicio de Dios» (3). El resto de los testigos consuena con lo expresado por Cervantes, particularmente la declaración de Diego Castellano (4). Pero Haedo, como informado por el doctor Sosa, discrepa también, y su relato, interesantísimo, viene a constituir una ampliación detallada de lo depuesto por aquél en la Información referida. «Fué la desventura (escribe) que al mismo punto y momento que la fragata o bergantín ponía la proa en tierra, acertaron a pasar ciertos moros por allí, que, cuanto hacía obscuro, divisaron la barca, y los cristianos a ellos, y comenzaron luego los moros a dar voces y apellidar a otros, diciendo: ¡Cristianos! ¡Cristianos! ¡Barca! ¡Barca! Como los del bajel vieron y oyeron esto, por no ser descubiertos fueron forzados [a] hacerse luego a la mar y volver por aquella vez sin hacer algún efeto. Con todo, los cristianos que estaban en la cueva, aunque, pasados algunos días, veían que tardaba el bergantín, ni sabían como había llegado y se -[558]- tornara, tenían muy gran confianza que el Señor Dios los había de remediar, y que Viana, como hombre de bien, no faltaría a su palabra» (1)
No repugna, pues, que la fragata llegase dos veces y a la segunda fuera apresada por los turcos, y que lo ignorasen los escondidos en la cueva. Quien no debió de ignorarlo fué «el Dorador», el cual, viendo el negocio descubierto y el terrible peligro que se cernía sobre su cabeza, ideó sacar partido de la desgracia de sus compañeros y corrió a delatarlos al Rey. Si entre doce apóstoles hubo un Judas, no es mucho que un sirviente de caballeros resultase traidor. El que naciendo cristiano renegó y se hizo turco, y después de ser turco volvió a renegar y hacerse cristiano, nada de extraño tiene que por segunda vez, valiéndose de la traición, quisiera ser turco. El traidor consigo mismo no había de reparar en serlo con los demás. ¡No hay peores traidores que los tránsfugas! Acreditanlo las políticas y las religiones. 
Amaneció el trágico día 30 de Septiembre, y (sigamos oyendo a Miguel), «estando así desta manera todos escondidos en la cueva, todavía con la esperanza de la fragata, un mal cristiano, que se llamaba «el Dorador», natural de Melilla (2), que sabía del negocio, se fué al Rey que -[559]-entonces era de Argel, que se llamaba Hazán, y le dijo que se quería volver moro, y, por complacerle, le descubrió los que estaban en la cueva, diciéndole que el dicho Miguel de Cervantes era el autor de toda aquella huída -[560]- y el que la había urdido, por lo cual el dicho Rey, el último de Setiembre del dicho año, envió muchos turcos y moros armados, a caballo y a pie, a prender al dicho Miguel de Cervantes y a sus compañeros...» (1). Y agrega, prosiguiendo el relato de la desventura: «Llegados los turcos y moros a la cueva y entrando por fuerza en ella, viendo el dicho Miguel de Cervantes que eran descubiertos, dijo a sus compañeros que todos le echasen a él la culpa, prometiéndoles de condenarse él solo, con deseo que tenía de salvarlos a todos; y ansí, en tanto que los moros los maniataban..., dijo en voz alta, que los turcos y moros le oyeron: —Ninguno destos cristianos que aquí están tiene culpa en este negocio, porque yo solo he sido el autor dél y el que los ha inducido a que se huyesen, en lo cual manifiestamente se puso a peligro de muerte; porque el Rey Hazán era tan cruel, que por sólo huirse un cristiano e porque alguno le encubriese o favoresciese en la huída, mandaba ahorcar un hombre o, por lo menos, cortarle las orejas y las narices; e ansí los dichos turcos, avisando luego con un hombre a caballo de todo lo que pasaba, al Rey, y de lo que el dicho Miguel de Cervantes decía que era el autor de aquella emboscada y huída, mandó el Rey que a él solo trujesen, como le trujeron, maniatado y a pie, haciéndole por el camino los moros y turcos muchas injurias y afrentas» (2)
Todos los testigos de la Información de Argel lo confirman (3), y particularmente el doctor Sosa añade algunas noticias de interés. «El mismo día y hora (dice) que el dicho «Dorador» hizo tan grande maldad, pensando él que yo también esperaba por aquella fragata para ir con ella, se vino a casa de mi patrón y a mi aposento, y comenzó con fingidas y coloradas palabras a excusarse no le pusiesen la culpa de aquella traición; y sé que ansi como él prometió a otros hacerse moro, se hizo después y vivió moro -[561]- tres años, hasta que murió en el mismo día que descubrió este negocio al Rey Hazán, que fué el día de San Jerónimo, postrero de Setiembre; y sé también que es verdad que el dicho Rey envió los turcos armados y moros a pie y a caballo a prender al dicho Miguel de Cervantes y sus compañeros..., porque fué cosa muy pública y muy notoria en este Argel...» (1). Prosigue afirmando: «Lo he oído decir a los que se hallaron allí presentes entonces y estaban escondidos en la dicha cueva y vinieron con Miguel de Cervantes presos; y ansí se vido por expiriencia que a solo Miguel de Cervantes maniataron los turcos por mandado del Rey, y sobre él se cargaba toda la culpa; y sin duda él se escapó de una buena, porque pensamos todos le mandase matar el Rey» (2).
 Partida de bautismo de Miguel, hijo de Juana, de color negra, esclava de Bartolomé Dorador.Partida de bautismo de Miguel, hijo de Juana, de color negra, esclava de Bartolomé Dorador.
Cervantes relata en los siguientes términos su entrevista con Hazán «Presentado así, maniatado, ante el Rey Hazán, solo, sin sus compañeros, el dicho Rey, con amenazas de muerte y tormentos, queriendo saber dél cómo pasaba aquel negocio, él con mucha constancia le dijo: que él era el autor de todo aquel negocio, y que suplicaba a Su Alteza, si había de castigar a alguno, fuese a él solo, pues él solo tenía la culpa de todo. Y por muchas preguntas que le hizo, nunca quiso nombrar ni culpar a ningún cristiano; en lo cual es cierto que libró a muchos de la muerte, que le habían dado favor y ayuda, y a otros de grandísimos trabajos, a quien el Rey echaba la culpa; y particularmente fué causa como al muy reverendo padre fray Jorge de Olivar, que entonces estaba en Argel, redentor de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, el Rey no le hiciese mal, -[562]- como deseaba, persuadido que él había dado calor y ayudado a este negocio» (1)
No dejaron de llegar inmediatamente estas terribles sospechas a oídos del venerable mercedario, quien tomó una cristiana resolución. «Aquella misma mañana (dice el doctor Sosa) me invió a mí luego [a] avisar del temor en que estaba; y que le guardase una casulla, piedra de ara, y un retablo y corporales y otras cosas sagradas, que temía, los turcos, que otros inviasen a su casa a prenderle, no se las tomasen y profanasen» (2)
El final de la aventura fué, según el propio Cervantes, que el Rey le mandó «meter en su baño cargado de cadenas y hierros con intención todavía de castigarle», donde permaneció «cinco meses» (3), o sea, Octubre, Noviembre y Diciembre de 1577, y Enero y Febrero de 1578 (4)
Veamos ahora el relato de esta segunda tentativa de fuga tal como la narra Haedo, pasaje célebre, que conviene transcribir íntegro (5), y es complemento y enlace de lo ya manifestado. Luego de referirse al consuelo de los guarecidos en la cueva con la esperanza de lograr su intento, escribe que «el demonio, enemigo de los hombres, cegando al «Dorador» (que decimos les llevaba de comer), hizo en él que se volviese otra vez moro, negando la segunda vez la fe de Nuestro Señor Jesucristo; y, por tanto, pareciéndole a él ganaría mucho con el Rey y con los turcos, y particularmente con los amos y patrones de los que en la cueva estaban escondidos, el día de San Jerónimo, que son treinta de septiembre, se fué al Rey Asán, renegado veneciano, diciéndole que él deseaba ser moro, y que Su Alteza le diese para ello licencia. Dijo más: que para hacerle algún servicio, le descubría como en tal parte y en tal cueva estaban quince cristianos escondidos, que esperaban una barca de Mallorca. Holgóse el Rey y le agradeció mucho esta nueva que le daba, porque como era en gran manera tirano, hizo cuenta de tomarlos todos por perdidos, para sí, contra toda razón y costumbre; y ansí, no poniendo más demora en esto, mandó al momento que llamasen su guardián bají (el que tenía cargo de sus cristianos esclavos de guardarlos) (6) y le dijo que llamase otros moros y -[563]- turcos, y, llevando aquel cristiano (que se quería hacer moro) por guía, que se fuese al jardín del alcaide Asán, y que hallaría allí quince cristianos ascondidos en una cueva, y que todos se los trujese a buen recaudo, juntamente con el jardinero. Al punto hizo el guardián bají lo que el Rey le mandó; y llevando consigo hasta ocho o diez turcos a caballo y otros veinticuatro a pie y los más con sus escopetas y alfanjes y algunos con lanzas, fueron con tan buena guía (como otro Judas iba delante) al jardín, y prendiendo luego al jardinero, fuéronse a la cueva que el falso Judas les mostró, y haciendo salir della los cristianos, los prendieron luego a todos, y particularmente maniataron a Miguel Cervantes (sic), un hidalgo principal de Alcalá de Henares, que fuera el autor deste negocio y era; por tanto, más culpado, porque ansí lo mandó el Rey, a quien los presentaron luego. Holgóse mucho el Rey de ver como los habían traído; y mandando por entonces llevarlos a su bañó y tener allí en buena guardia (tomándolos y teniéndolos ya por sus esclavos), retuvo sólamente en casa a Miguel Cerbantes (sic), del cual, por muchas preguntas que le hizo y con muchas y terribles amenazas, no pudo jamás saber quién era deste negocio sabedor y autor, porque presumía el Rey que el reverendo padre fray George Olivar, de la Orden de la Merced, comendador de Valencia (que entonces allí estaba por redentor de la Corona de Aragón), ordenara ésta, y aun se tenía por cierto que el mismo «Dorador», Judas, se lo había dicho y persuadido; y por tanto, como codicioso tirano, con esta ocasión deseaba echar mano del mismo padre para sacar dél buena cantidad de dineros, y como con todas sus amenazas nunca otra cosa pudiese sacar de Miguel Cervantes (sic), sino que él y no otro fuera el autor deste negocio (cargándose como hombre noble a sí solo la culpa), envióle a meter en su baño, tomándole también por esclavo, aunque después a él y a otros tres o cuatro hubo de volver por fuerza a los patrones cuyos eran. El alcaide Asán, luego que en su jardín prendieron los cristianos y trujeron al jardinero con ellos, fué de todo avisado (1), y corriendo a casa del Rey, requeríale con grande instancia que hiciese justicia de todos muy áspera, y particularmente que le dejase a él hacerla, a su gusto y contento, del jardinero, mostrándose contra éste en extremo furioso y airado; y la causa era porque el Rey, a imitación suya, castigase a los demás cristianos que habían estado escondidos en la cueva. Cosa maravillosa, que algunos dellos estuvieron encerrados sin ver la luz, sino de noche, cuando de la cueva salían, más de siete meses, y algunos cinco, y otros menos, sustentándolos Miguel de Cervantes con
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Facsímil del folio 185 de la Topographia e Historia general de Argel
Facsímil del folio 185 de la Topographia e Historia general de Argelpor el maestro fray Diego de Haedo (Valladolid, 1612), en que se narra
el cautiverio de Cervantes y su prisión en la cueva del jardín de Hasán.
-[565]- gran riesgo de su vida, la cual cuatro veces estuvo a pique de perdella empalado, o enganchado, o abrasado vivo, por cosas que intentó para dar libertad a muchos. Y si a su ánimo, industria y trazas correspondiera la ventura, hoy fuera el día que Argel fuera de cristianos porque no aspiraban a menos sus intentos. Finalmente, el jardinero fué ahorcado por un pie, y murió ahogado de la sangre. Era de nación navarro y muy buen cristiano (1). De las cosas que en aquella cueva sucedieron en el discurso de los siete meses que estos cristianos estuvieron en ella, y del cautiverio y hazañas de Miguel de Cervantes, se pudiera hacer una particular historia (2). Decía Asán Bajá, Rey de Argel, que como él tuviese guardado al
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Argel.—Monumento erigido a CERVANTES, a la entrada de la célebre cueva, por la Cámara de Comercio Española, en 1925.
Argel.—Monumento erigido a Cervantes, a la entrada de la célebre cueva,
por la Cámara de Comercio Española, en 1925.
-[567]- estropeado español, tenía seguros sus cristianos, bajeles y aun a toda la ciudad: tanto era lo que temía las trazas de Miguel de Cervantes. Y si no le vendieran y descubrieran los que en ella le ayudaban, dichoso hubiera sido su cautiverio, con ser de los peores que en Argel había; y el remedio -[568]- que tuvo para asegurarse dél fué compralle de su amo por 500 escudos en que se había concertado, y luego le acerrojó y le tuvo en la cárcel muchos días, y después le dobló la parada y le pidió mil escudos de oro, en que se rescató (1), habiendo ayudado en mucho el padre fray Juan Gil, redentor que entonces era por la Santísima Trinidad en Argel» (2)
Pero esto no acaeció hasta tres años adelante. Acontecimientos más trascendentes llenaron todavía aquel período heroico de la vida de nuestro escritor. 
Llevado al baño del Rey (que dejamos descrito en un capítulo precedente), Cervantes recuerda su estancia en la novela del Cautivo (3): «Pusiéronme (dice) una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate, y aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa -[569]- nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo (1), empalaba a éste, desorejaba [a] aquél, y esto por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano (2). Sólo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, al cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dió palo, ni se lo mandó dar (3), ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado y así lo temió él más de una vez (4); y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia».
-[570]-
Argel.—Reconstrucción del «baño» del Rey. (Aguafuerte de Vallejo.)
Argel.—Reconstrucción del «baño» del Rey. (Aguafuerte de Vallejo.)
-[571]- No quiso Cervantes, con su natural modestia, ser más explícito en el Quijote, por boca del cautivo Pérez de Biedma (1), pero en laInformación de Argel nos suministra cuanto acertáramos a desear. 
En los cinco meses de permanencia en el baño no dejaría de entregarse a su pasión favorita, los versos, en consorcio siempre con las Musas, aunque siempre también con la esperanza puesta en huir, para lo cual buscaría nuevas trazas en su fértil imaginación. Allí conoció a diversidad de tipos, que luego trasladó a sus obras de teatro, y allí oyó narraciones como las que esmaltan el argumento principal de la novela del Cautivo. 
Estaba el baño, como sabemos, en la calle del Zoco grande, con su cisterna, sus aposentos altos y bajos alrededor, y su capilla a un lado, en la parte baja, donde todos los domingos y fiestas decianse misas por sacerdotes cautivos, administrábanse los Santos Sacramentos y aun se predicaban sermones con mucha asistencia de eclesiásticos. Era aquel oratorio, como si dijéramos, la parroquia católica de Argel, una verdadera iglesia con tres naves, que solían colgarse de sedas, y algunas veces se regó el suelo con flores. 
Concurrían a menudo tantos fieles, que en más de una ocasión tuvo que celebrarse la misa en el patio. «Probablemente (escribe Clemencín) en aquella época no se hubiera permitido otro tanto a los moros cautivos en España» (2). Los turcos guardianes aprovechábanse de la religiosidad -[572]- de los cristianos y cobraban a tanto la entrada, con lo que se llenaban de ásperos los bolsillos.
 Argel.—Cueva de Cervantes.—Personalidades asistentes a la inauguración del monumento erigido a su memoria en 1925 por la Cámara de Comercio Española de aquella ciudad.Argel.—Cueva de Cervantes.—Personalidades asistentes a la inauguración del monumento erigido a su memoria
en 1925 por la Cámara de Comercio Española de aquella ciudad.
De puertas adentro, el número de cautivos llegaría a dos mil; y como todos eran de rescate, aunque con porteros y guardas de vista, no salían a trabajar con la demás chusma o del común (la del magacén), sino que se les tenían ciertas consideraciones dentro de lo duro de su condición esclava, pues, aparte del uso de sus prácticas religiosas, permitíanles con frecuencia «ir y caminar por do les place» (1), naturalmente, con su cadena al pie, y hasta se les consentía entretenerse con variedad de juegos y diversiones. 
Entre ellas estaba una que no podía ser más del agrado de Cervantes: la representación de comedias, con sus bailes, especialmente en los -[573]-días solemnes. Un recuerdo de aquellos meses de cautivo en el baño del Rey, lo tenemos en su comedia Los Baños de Argel, tercera jornada. Llega la Pascua de Navidad. Los cristianos, en número de más de dos mil, entre ellos veinte religiosos, deciden celebrarla en el baño. Dícese en el oratorio una misa con «grande música y concierto». El guardián bají y otro moro se prometen mucha ganancia, pues no dejan pasar a nadie sin pagar primero dos ásperos. Terminada la misa, proceden a representar una comedia en el patio. Están prevenidos músicos diestros de los del cadí. El personaje «Ossorio» dice:
Antes que más gente acuda,
el coloquio se comience,
que es del gran Lope de Rueda,
impreso por Timoneda,
que en vejez al tiempo vence.
Y añade que no halló cosa más breve que poder representar, aunque daría gusto, «por ser muy curiosa
su manera de decir
en el pastoril lenguaje».
Cantan unas canciones y da principio el coloquio de Lope de Rueda (1); pero antes de concluirse, un suceso inesperado turba la diversión. Desde los aposentos altos un moro grita:
—¡Cristianos, estad alerta!
¡Cerrad del baño la puerta! -[574]-
Por un efecto de espejismo, varios moros han creído ver una escuadra cristiana de más de trescientas galeras, que venía a tomar puerto en Argel, y los genízaros archíes, «que están siempre zaques hechos», ciegos de rabia, dan en asesinar a muchos cautivos, «por tener contrarios menos». No era la primera vez, ni la última, que sucedían escenas semejantes en el baño (1). En la misma comedia se dice:
Acábense nuestras fiestas,
cesen nuestros regocijos,
que siempre en tragedia acaban
las comedias de cautivas.
De donde era bien dudosa y llena de sobresaltos y temores la menguada libertad que a veces disfrutaban los cautivos y la pretendida tolerancia de los turcos. 
Si Cervantes no compuso (como parece indudable) ninguna comedia durante el cautiverio, Los Baños de Argel nos muestran que no permanecería ajeno a las representaciones que allí se daban, y es circunstancia curiosa que sea precisamente un coloquio de Lope de Rueda, su maestro y -[575]- autor tan admirado, el que en ellas suene. ¡Quién sabe si en el pasaje aludido no hizo sino recordar sucesos por él presenciadas, o de intervención propia, en la Navidad de 1577! 
Positivamente de aquellos días arranca su conocimiento (bien de sentir, por otro lado) con el doctor Juan Blanco de Paz, que, cautivo por unoscorsarios a su regreso a España, desde Roma, en una nave gruesa, el 7 de Agosto del mismo año, hallábase también en el baño del Rey. En él trabó asimismo conocimiento con otras personas, sobre todo con tres caballeros principales y con el arrogante portugués, mozo de pocos años, Manuel de Sousa Coutinho, de la estirpe de los Marialvas, tan famoso luego bajo el nombre claustral de fray Luis de Sousa, apresado, como ya hemos dicho, el 1.o de Abril, en la galera nueva San Pablo, de la religión de Malta (1)-[576]- 
Estos últimos datos revélanse ahora por vez primera, pues ni él ni sus biógrafos especifican la data, el sitio de la captura ni el nombre de la nave. Él sólo dice, en la Primeira parte da História de S. Domingos (lib. VI,  -[577]- capítulo III), hablando de las fluctuaciones del valor de la moneda:«Seja exemplo que vimos por nossos olhos em Argel, no anno de 577 em que ali fui cativo...» Y en el prólogo latino (lleno de pormenores -[578]-autobiográficos) a las Obras poéticas de Jaime Faltó, no apunta más sobre el lugar y el barco, sino que fué en Cerdeña, y la nave, una trirreme de Malta. He aquí sus términos: in Melitensi triremi [triremis traduce la voz galera de tres órdenes de remos] adversa tempestate pene eversa a piratis ad Sardiniam capti, Algeriumque in Africam traiecti. Ahora, en 1577, la única galera maltesa tomada por los piratas argelinos fué la San Pablo, que apresó una escuadrilla de doce bajeles de Arnaúte Mamí, fecha -[579]- antedicha, en la isla de San Pedro, junto a Cerdeña. Cervantesdescribe esta captura en la jornada II, versos 493-566, de El trato de Argel, y dice que la galera sufrió el azote de un viento maestral. 
El primero en referir el encuentro y la «estreita amizade» de Manuel de Sousa Cóutinho con Cervantes fué Diego Barbosa Machado en suBibliotheca Lusitana, seguido de D. Francisco Alexandre Lobo, aunque éste sólo admite el encuentro, sin trato «largo e íntimo». Uno y otro, y luego muchos biógrafos, deducían la conocencia entre ambos de dos pasajes del Persiles (lib. I, cap. X, y lib. III, cap. I). En efecto, en el primero de ellosCervantes narra la romántica historia y triste fin del enamorado portugués Manuel de Sousa Coutinho, quien comienza diciendo «Yo, señores, soy portugués de nación, noble en sangre, rico en los bienes de fortuna, y no pobre en los de naturaleza, mi nombre es Manuel de Sosa Coitiño; mi patria, Lisboa; y mi ejercicio, el de soldado». La historia, extensa y emocionante, es, en resumen, la siguiente. Vecino de un caballero del antiguo linaje de los Pereiras, Manuel de Sousa Coutinho se enamoró de la hija única de esta casa, Leonor, o Leonora, deseada por su riqueza y hermosura de los mejores hidalgos de Portugal. Pidiéndosela a sus padres por mujer, éstos le contestaron que aún no estaba en edad de matrimonio; que dejase pasar dos años, bajo promesa de serle reservada. En tal sazón, envióle el Rey por capitán general a una de las fortalezas de Berbería. Dos años después, de regreso a Lisboa, el enamorado pidió al padre le cumpliese la palabra de la espera. Éste le presentó a Leonor, resplandeciente de encantos, y le dijo que su novia le sería entregada el domingo próximo en el monasterio de monjas de la Madre de Dios, donde se celebraría el enlace. Llegado el día de las bodas, salió por la puerta del claustro la bella Leonor, vestida de raso blanco acuchillado, cubierta de ricas y gruesas perlas, rubios y deslumbrantes los cabellos, forrada la saya en tela de oro verde... Arrodillóse el novio, extasiado ante aquel portento, y Leonor le dijo: «Yo, señor mio, soy casada, y en ninguna manera, siendo mi esposo vivo, puedo casarme con otro; yo no os dejo por ningún hombre de la tierra, sino por uno del cielo, que es Jesucristo». Acto seguido, la priora y las monjas comenzaron a desnudarla y a cortarle la preciosa madeja de sus cabellos... Él, enmudecido, vuelve a arrodillarse ante ella, le besa la mano, y ella, cristianamente compasiva, le echa los brazos al cuello... Manuel va contando todo esto lleno de congoja, para acabar así: «Vine casi a perder el juicio, y ahora, por la misma causa, vengo a perder la vida». Y concluye el relato: «Y dando un gran suspiro, se le salió el alma, y dió consigo en el suelo». Después cuenta Cervantes que le enterraron como mejor pudieron, sirviéndole de mortaja su mismo vestido; de tierra, la nieve; y de cruz, «la que le hallaron en el pecho en -[580]- un escapulario, que era la de Christus, por ser caballero de su hábito». Más adelante (lib. III, cap. I), cuando los peregrinos del Persiles llegan a Lisboa, visitan el epitafio que en una capilla de su linaje hizo esculpir en piedra un hermano suyo, que decía: «Aquí yace viva la memoria del ya muerto Manuel de Sosa Coytiño, caballero portugués, que, a no ser portugués, aún fuera vivo; no murió a las manos de ningún castellano, sino a las de amor, que todo lo puede; procura saber su vida, y envidiarás su muerte, pasajero».
Argel.—Acto de inauguración del monumento erigido a CERVANTES, a la entrada de la célebre cueva, por la Cámara de Comercio Española en 1925.Argel.—Acto de inauguración del monumento erigido a Cervantes, a la entrada de la célebre cueva,
por la Cámara de Comercio Española en 1925.
Tal es lo que Cervantes refiere de Manuel de Sousa Coutinho, con el epitafio joco-serio, «en el escribir de los cuales (adiciona) tiene gran primor la nación portuguesa». Ahora, esta historia romántica ¿es pura invención de Miguel? ¿No tendrá, como parece y acostumbraba, un fondo de verdad embellecido por la fantasía? «Possivelmente (dice, con bastante penetración, un profesor lusitano) nos forçados ócios do cativeiro, -[581]- o portugués, poeta e namorado, teria referido ao companheiro alguma aventura de amor. E logo o génio de Cervantes aproveitara o assunto para o celebrizar, transformando-o, alindando-o. Morrer de amor, só um portugués...» (1)
Cierto que algunos detalles del Manuel de Sosa Coitiño del Persiles disuenan del Manuel de Sousa Coutinho de carne y hueso. No era de Lisboa, sino de Santarém; pero esto sólo se ha sabido modernamente. No murió en islas remotas; pero peregrinó por ellas. No constan sus amores con Leonor Pereira; pero existen documentos suyos relacionados con una familia de este apellido. En resolución, que la novia se entre monja, ¿no podría aludir (exaltada ya la conjetura) al apartamiento conventual de su mujer, el cual conocería Cervantes, pues fué notorio, al tiempo de escribir elPersiles? Verdaderamente, no le quedó a nuestro novelista sino hacerle morir de amor en la isla bárbara y enterrar con el escapulario de la Orden de Christus, a la que no perteneció, en vez de convertirle en fraile de la de Santo Domingo, para que la identidad (aparte el chusco epitafio) no ofreciese algunos vislumbres de certeza. 
Camilo Castelo Branco, empero, a quien descomponía el epitafio de marras (burleta intrascendente de Cervantes), rechazó de plano el conocimiento entre éste y Sousa Coutinho en Argel, diciendo que «inferências de intimidade entre os dois insignes escritores só poderá tirá-las do lugar citado da novela quem tiver mais paradoxal imaginaçāo que o novelista». Y en otro lugar, aventurando ya mucho: «A novella demonstra que Miguel Cervantes (sic) nāo teve tracto algum com Manuel de Sousa Coutinho, se isso que lá vem no conto se entende com o nosso cavalleiro maltēs»(2). Pero de alguna parte sacó nuestro alcalaíno su nombre. Y ¿de dónde mejor (pronto lo veremos documentalmente) que de los recuerdos personales de su juventud, tan numerosos en el Persiles? 
Que Cervantes fantasea en ciertos pormenores al narrar hechos reales, nadie lo duda: todo gran artista tiende a parecerse más a Homero que a Herodoto. Que no cambiaba en los sucesos novelados los nombres que los personajes llevaban en vida, es cosa también comprobada en muchos casos. Que siendo escritor y poeta Manuel de Sousa Coutinho procurara tratar y conferir con Cervantes, como trataron y confirieron con él, todos los escritores y poetas que a la sazón anduvieron por Argel (los -[582]- doctores Domingo Becerra y don Antonio de Sosa, el maestro Cristóbal de Villalón, Bartolomé Ruffino de Chiambery, Antonio Veneziano), es tan lógico y natural, que no necesita gran esfuerzo de sentido crítico el darlo por seguro. Mayormente en Manuel de Sousa, tan ansioso de saber y comunicar con hombres de letras, que, apenas llegado a Valencia desde Argel, no se separó de Jaime Falcó (conveni, audivi, amavi...), ni lograron apartarle del ambiente literario levantino los tremendos infortunios de su país, si bien le cabe la excusa de que quizá el asunto de la redención de él y su hermano no se realizase tan pronto como presumiese. Puede, pues, discutirse el grado de amistad que ligara a las dos glorias de la Península ibérica, y hasta darse por fantástica, menos el nombre, toda la referida relación delPersiles; pero no negarse el conocimiento entre ambos escritores, aunque fuera de corta duración, por cuanto Sousa Coutinho debió de abandonar Argel hacia Noviembre de 1577. 
Tuvo más fortuna que Cervantes, al permitirle Hazán Bajá salir para Valencia en busca de dineros con que redimirse él y su hermano Andrés, quien, naturalmente, hubo de quedar en rehenes hasta que Manuel cumpliera lo convenido (1)
Y lo cumplió, y ambos fueron rescatados, y supo el hecho Cervantes, prueba incontrovertible de la amistad que con ellos tenía, pues lo registró, e inmortalizólos en la jornada IV, versos 414-421, de El trato de -[583]- Argel. Habla en ella el rey Hazán Bajá del ánimo indomable de los españoles en el cautiverio y dice:
Una virtud en ellos he notado:
que guardan su palabra sin reveses,
y en esta mi opinión me han confirmado
dos caballeros Sosas portugueses.
Don Francisco también la ha sigurado
que tiene el sobrenombre de Meneses,
los cuales sobre su palabra han sido
enviados a España, y la han cumplido.
Después de esta octava real, no aducida hasta hoy como identificadora, que robustece lo anterior, nadie abrigará ya la menor duda del conocimiento entre Cervantes y Manuel de Sousa Coutinho. Él y su hermano, en fin, quedaron libres, por su buena dicha, mientras Miguel continuó encerrado y vigilado estrechamente, pero sin desmayar. Aunque la fortuna le negara todos sus favores, ¡Cervantes superest! A Cervantes le queda todavía Cervantes
Templando las amarguras de su cautiverio con las aficiones gratas a su espíritu; tenso siempre su ánimo heroico, a despecho de las dos fracasadas tentativas de fuga y sin arredrarle la inminencia de exponerse de nuevo a ser quemado, empalado o desollado vivo, fraguaba en su imaginación la tercera intentona; esta vez, como la primera, por el camino de Orán. 
No se sabe cómo, sin salir de la prisión, pudo organizar el proyecto. Oigámosle narrarlo: «Al cabo de cinco meses, el dicho Miguel de Cervantes, con el mesmo celo del servicio de Dios e de Su Majestad y de hacer bien a cristianos, estando ansí encerrado, envió a un moro a Orán secretamente, con carta al señor marqués don Martín de Córdoba, general de Orán y de sus fuerzas, y a otras personas principales, sus amigos y conoscidos de Orán, para que le enviasen alguna espía o espías y personas de fiar que con el dicho moro viniesen a Argel y le llevasen a él y otros tres caballeros principales que el Rey en su baño tenía...» (1). Pero sucedió que el moro, «llevando las dichas cartas a Orán, y sospechando dél mal por las cartas que le hallaron, le prendieron y le trajeron a este Argel a Hazán Bajá, el cual, vistas las cartas y viendo la firma y nombre del dicho Miguel de Cervantes, a el moro mandó empalar, el cual murió con -[584]- mucha constancia, sin manifestar cosa alguna, y al dicho Miguel de Cervantes mandó dar dos mil palos» (1)
La fuga a Orán era un procedimiento corriente de evasión; pero de terribles consecuencias si fracasaba, intentado ya por muchos cautivos antes de nuestro escritor. Haedo registra varios casos en los años de 1568 y 1570, castigados con la muerte (2). Y otros durante el reinado de Hazán Bajá. El 12 de Diciembre de 1578 el propio Rey mató en su casa a palos al mayorquín Pedro Soler, porque intentó huir a Orán; el 24 de Diciembre de 1579 murió por la misma causa Juan Vizcaíno, y el 29 de Mayo de 1580 fué apaleado el montañés Lorenzo, de cuyas resultas falleció a los dos días (3). De estos recuerdos se aprovechó Cervantes en El trato de Argel, donde el personaje Pedro Álvarez consulta con Saavedra (que es él mismo) su proyecto de huirse a Orán por no poder sufrir las vejaciones y malos tratos de su patrón. Sucede luego el castigo atroz infligido por Hazán (seiscientos palos en las espaldas y quinientos en la barriga y en los pies) a un cautivo malagueño aprehendido por los moros al huir a aquella plaza. De suerte que los dos mil palos que mandó dar a Cervantes estaban muy acordes con los procedimientos del tirano, y la costumbre seguida contra los que intentaban evadirse. Pero, afortunadamente, no se los dieron. Sólo el infeliz moro (y bendito sea su ignorado nombre), como antes el jardinero Juan, sufrió las consecuencias. 
Asienten al relato de Miguel las testigos de la Información referida, aclarando algunos puntos. Alonso Aragonés dice que se halló presente en Argel cuando empalaron al moro, «y sabe asimismo que Hazán Bajá... se indignó mucho contra... Miguel de Cervantes, viendo que le quería llevar a sus caballeros; y así, le mandó dardos mil palos y echallo de entre sus cristianos, y si no le dieron, fué porque hobo buenos terceros» (4). Diego Castellano confirma que no le dieron los palos, «porque hobo muchos que rogaron por él»; y Cristóbal de Villalón, que hicieron justicia con el moro, «porque andaba procurando de llevar cristianos». Los demás testigos saben el hecho unos de oídas, y otros por ser «público y notorio en Argel» (5)
Ahora, ¿quiénes fueron los buenos terceros que rogaron por Cervantes? ¿De tan excelentes relaciones gozaba ya? Los testigos de laInformación no son más explícitos sobre esta tercera tentativa; pero al hablar de la cuarta, que pronto veremos, mencionan como intercesor deMiguel-[585]- cerca de Hazán, a Morato Ráez Maltrapillo, renegado español, grande amigo del Rey, arráez de la ciudad (1) y natural de Murcia(2); el mismo personaje sin duda de quien se sirve el Cautivo, en la novela incrustada en el Quijote, para leer los billetes de Zoraida escritos en árabe: «En fin (dice) yo me determiné de fiarme de un renegado, natural de Murcia, que se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas, entre los dos que le obligaban a guardar el secreto que le encargase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse a tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la forma que pueden, como el tal renegado es hombre de bien, y que siempre ha hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la primera ocasión que se le ofrezca. Algunos hay que procuran estas fees con buena intención; otros se sirven dellas acaso y de industria; que viniendo a robar a tierra de cristianos, si a dicha se pierden o los cautivan, sacan sus firmas y dicen que por aquellos papeles se verá el propósito con que venían, el cual era de quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso con los demás turcos. Con esto se escapan de aquel primer ímpetu, y se reconcilian con la Iglesia, sin que se les haga daño, y cuando veen la suya (3), se vuelven a Berbería a ser lo que antes eran. Otros hay que usan destos papeles, y los procuran, con buen intento, y se quedan en tierra de cristianos. Pues uno de los renegados que he dicho era este mi amigo, el cual tenía firmas de todas nuestras camaradas (4), donde le acreditábamos cuanto era posible, y si los moros le hallaran estos papeles, le quemaran vivo» (5). El procedimiento era algo común entonces (6), y servía así para prevenirse y ponerse a cubierto los renegados, como para agenciarse amistades propicias los cautivos, amistades firmes, pues las ligaba un mutuo secreto, en que unos y otros arriesgaban la vida. Quizá Morato Ráez Maltrapillo y algunos otros renegados con él, viendo el influjo de Cervantes entre los cristianos, le -[586]- buscaron para la obtención de aquellas firmas, asegurándole (con buena o con mala intención) su propósito de tornar a la antigua fe. Exactamente como en el caso del renegado Girón, que adelante veremos. Uno y otro, Girón y Maltrapillo, pudieron ser algunos de los «buenos terceros» de Miguel con Hazán. De Girón conocemos sus sanos propósitos, su arrepentimiento y el deseo que mostraba, exhortado por Cervantes, de volver a la doctrina de Cristo (1). De Maltrapillo cabe asegurar que procedía con doblez. Morato Ráez Maltrapillo (distinto de otros tres Morato Ráez: el Grande, renegado albanés; el Pequeño, renegado griego, y Morato Ráez, renegado francés de Arnaúte Mamí) era uno de los principales corsarios de Argel, que registra Haedo, en 1581 (2). Tenía una galeota de veintidós bancos, y son de presumir las fechorías que con ella perpetrara, cuando, en la «Memoria de algunos martirios» que el doctor Sosa entrega al paisano de Cervantes y compañero de cautividad, capitán Jerónimo Ramírez, le llama «un gran traidor», y refiere su intervención repugnante en la muerte de un tal Nicolo, griego residente en Cádiz y esclavo luego en Argel, que fué quemado vivo (3). Tomó parte Maltrapillo en la mencionada captura de la galera San Pablo, de Malta; y en el reparto de las presas, le cupo el cautivo González de Torres (4)
No obstante, si documentalmente consta que el renegado de Murcia intercedió en favor de Cervantes cuando la cuarta tentativa de fuga, es conjetural intercediese en esta tercera, a causa de que su nombre figura en la lista de los nueve arraeces que el 19 de Septiembre salieron en corso para Levante y no regresaron a Argel hasta fines del verano de 1578 (5). Por más que, según Haedo, no todos navegaban siempre, sino que algunos «envían otros en su lugar en sus navíos» (6). Quienesquiera que fuesen los favorecedores, parece segura su condición de renegados, que estarían ligados con Miguel por el secreto de las firmas y fes a que aludimos, y temerían (desconocedores de su hidalguía y nobleza) no les delatase, si le atormentaba el Rey.
Este monstruo de crueldad, sin embargo, tanto temor debió de cobrar al ascendiente del Genio, o tal fascinación ejercía sobre él su presencia, que, aunque accedió a perdonarle los dos mil palos, mandó luego, iracundo, -[587]- arrojarle de su baño, no se lo revolviese. Esto debió de acaecer hacia el mes de Marzo de 1578. Cervantes, por tanto, volvió de nuevo a poder de Dalí Mamí. Cambió de sitio, mas no de cautividad, dejando en cuantos le conocían un ejemplo admirable, que añadir a los anteriores, de constancia y de valor. El suceso del «estropeado español», como le llamaba Hazán, hizo ruido en todo Argel. 
Podemos imaginárnosle por aquellos días, no en el atuendo vistoso de «papagayo», como le conocimos en sus años de soldadesca en Italia, sino en el triste traje que se permitía a los cautivos, y que llevaba ya dos años y medio: jaquetilla o casaca azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; calzones de anjeo, albornoz listado de negro y blanco, bonete azul o colorado, medias blancas y alpargatas finas, o borceguíes datilados en las marchas (durante el trabajo iría descalzo y sin albornoz), y soportando siempre el peso de la cadena. 
Resignóse de nuevo ante la adversidad, pues (Persiles, II, VIII) «los males que no tienen fuerza para acabar la vida, no la han de tener para acabar la paciencia». Las tres tentativas de fuga habían costado la muerte a unos, el cautiverio a otros. Él alentaba aún, ciertamente; pero el sacrificio de aquel emisario a Orán, prefiriendo morir con estoica firmeza cristiana antes que declarar los juramentos y compromisos que entre ambos mediaron, llamaba fuertemente a su corazón, enseñándole que también entre los moros había hombres de su temple, capaces de elevar sus virtudes a un grado heroico, y reafirmándole en que nada valía la vida si no se arriesgaba estando en juego una noble empresa, y que debía aventurarse siempre, así por la honra como por la libertad.

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